Eran las siete de la mañana, una
cálida primavera, con el dulzón de las flores a tope, cuando, por cuestiones de
química y sexo, mucho sexo, nació Ceniciento. Quizá fue por el polen en el
aire, o quizá el color psicodélico de las flores, pero, era el niño con el
entrecejo más fruncido que el reino haya conocido, aun así su padre y su madre lo
amaron desde pequeño.
Nació amargado y se crio
amargado, más cuando por asares del destino su madre murió. Su padre, el cual guardo
luto un tiempo prudencial; suficiente como para que su soledad (y calentura) lo
lanzara de nuevo a la búsqueda de un nuevo amor. Y fue así como conoció a
Anacleta, una ricachona, viuda como el, con dos hijos, Fernando y Furgencio,
los cuales habían sido criados con el candor característico de su madre, igual
de arrogantes y creídos, totas unas nenas… perdón, nenes de papi y mami.
Aún con su antipática
personalidad, Anacleta se las ingenió para engatusar al padre de Ceniciento, aunque
vale decir que poseía dos grandes atributos que la hacían muy interesante a los
ojos del viudo.
De cualquier manera, el padre
de Ceniciento murió al poco tiempo de casarse, Anacleta ponía un poco de veneno
cada vez que este le exigía preparar la comida, como toda buena esposa
interesada.
Después de la muerte de su
padre Ceniciento pasó a ser esclavo, digo, pasó a cuidados de su madrastra, y
así comienza esta historia.
_Mira Gus, ahí duerme
ceniciento.
_Así veo Jack, ¿crees que
debamos despertarlo?
_No lo sé, solo somos ratones.
–Gus tomó un poco de queso que aún quedaba en el velador, y dándole un mordisco
exclamó. –Pero se le hará muy tarde, creo que es nuestra obligación como amigos
ayudarlos. –Subió entonces a la cama de Ceniciento posándose en su cara,
exclamando fuertemente. -¡Ceniciento! ¡Ceniciento! Levántate, perezoso.
_Pero que mier… -Ceniciento
lanzó de un manotón al ratón. –Rata asquerosa, ¿quién te ha dicho que un humano
es tu cama?
_Ceniciento, Ceniciento, debes
despertar.
_Genial, ¿qué mundo es este
que ahora los ratones hablan? ¿Acaso estoy en Orlando?
_Nada de eso Ceniciento, buen
día.
_Eran buenos hasta que
aparecieron ratones parlanchines… pero… ¿Acaso es mi queso lo que llevas en el
bigote?
_Perdona Ceniciento, solo
quería…
_Mañana mismo pongo racumin.
_Hasta que despertaste, odiado
Ceniciento. –Entró por la puerta de su habitación Fernando seguido de
Furguencio.
_Ustedes no saben hacer otra
cosa que jo…
_Ceniciento, tienes que
limpiar la casa, hacer la comida y lavar los trastes. No lo olvides. Nosotros
iremos al castillo ya que hoy harán un anuncio importante.
_Lo que uno tiene que hacer
para tener un techo donde dormir; soportar hermanastros afeminados, hacerle de
sirviente y tener que rogar porque un día de estos no me muera por fiebre
bubónica.
_Bueno, mamá espera que todo esté
limpio cuando volvamos.
_Tú mamá espera tener un
marido nuevo para sus nuevas joyas, pero no todo lo que se espera se consigue.
_Insolente. –Dijo Furguencio
entre dientes.
_¿Qué dijiste?
_Detergente, que necesitas
detergente. –Respondió nervioso. –Vámonos de aquí Fernando, no hay que juntarse
con estas personas.
_Ni tampoco ser tan
metrosexual. –Dijo Ceniciento mientras salían de la habitación.
_Hay que limpiar Ceniciento,
vamos te ayudaremos.
_¿O sea?, son ratas, ustedes
no ayudan enferman.
_Vamos, cantemos una canción
Gus. –El ratoncito se acercó a su compañero, agarrándolo del hombro. – (Sonido
cursi) Limpiar es especial… Es algo más que fregar.
_Limpiar es restregar… -Lo
acompañó Gus. –Es algo muy…
_¡Ya cállense! Ratones
ridículos. Ahora, si tanto les gusta limpiar háganlo ustedes, eso o cenaremos
caldo de rata.
Las horas pasaron en la casa
de Ceniciento. Gus y Jack tuvieron que hacer la cocina, limpiar los pisos,
fregar los trastes y todo con sus pequeñas manitas; se le unieron en sus
labores una pequeña paloma, una ardilla llamada Chip y un búho de grandes ojos.
Al finalizar la tarde pudieron tener todo listo.
_¿Acaso esto es un zoológico? –Exclamó
Ceniciento al salir y ver que no era muy buena idea poner animales a hacer
quehaceres domésticos. -¿Eso es popo de paloma?
_Bueno ahí se ven. –Dijo Chip
la ardilla saliendo rápidamente por una ventana seguida de los demás.
_Lo único bueno es que
hicieron el almuerzo.
_Hicimos ensalada Ceniciento,
¿no quieres? –Preguntó Jack.
_¿Acaso soy idiota? ¿Quieres
que me de diarrea? O sea, ¿Dónde han visto un ratón cocinar? Bueno… pensándolo bien
hay una película… Pero ese no es el caso, ustedes son animales, se aparean por
ahí… ¿Qué haces?
_Es que estoy en celo. –Exclamó
Gus mientras… bueno, mientras presentaba a su nueva novia.
_Ceniciento, ¿ya está el
almuerzo?
_Ya, vengan coman. Ustedes,
largo de aquí, aparéense en otra parte.
_Estoy tan emocionado. –Dijo Fernando.
–La hija del rey me elegirá esta noche a mí para casarse.
_Imposible, reclamó
Furguencio, seré yo el seleccionado.
_¿Qué ustedes no eran mari…?
_Esta comida sabe rara. –Exclamó
Anacleta.
_Serán las verduras, no lo sé.
_¿Qué es esto blanco?
_Ca… digo papa. –Respondió Ceniciento.
_Ya no importa. Lo importante
es que alguno de mis hijos será el nuevo príncipe y futuro rey.
_Ya, ya, y vivirán felices por
siempre. Me voy a mi habitación.
Ceniciento se encerró en su
recamara esperando algún día liberarse de su madrastra.
_Tienes que ir Ceniciento. –Dijo
Gus apareciendo de la nada.
_Ratón del demonio, ¿no te
enseñaron a tocar?
_Soy una rata, ¿recuerdas? El
punto es que debes de ir.
_Mira, la hija del rey está
loca, casarse con alguien a quien no conoces, que, ¿acaso este es un cuento de
hadas?
_¿Alguien me llamó?
_Pero ¡Qué diablos! ¡Qué aquí
nadie puede hablar solo que tienen que aparecer animales o personas de la nada!
_Soy tu hada madrina,
Ceniciento. –Dijo aquella señora que había aparecido de la nada. –He venido a
cumplir tu deseo de ir al baile.
_¿Mí deseo? ¿Pero si lo que quiero es salir de
aquí? ¿Por qué no me haces rey y ya?
_Haber Ceniciento, mira,
hablemos la plena, yo estoy en esto solo por ganar algo y el sindicato me tiene
presionada, así que si no coperas te transformo en sapo y que te busque una
princesa y te bese.
_Ya, ya, ¿Qué quieres de mí?
_Primero cambiemos estas ropas
mugrientas que llevas puestas. –Y el hada movió su varita dándole a ceniciento
un hermoso vestido.
_Soy hombre, por si no te
diste cuenta.
El hada volvió a agitar su
varita dándole esta vez un traje.
_¿Por lo menos es de marca?
_Sí, marca se devuelve, ahora
no te portes exquisito y pongámoste unos zapatos. –Agitó nuevamente su varita y
aparecieron unos zapatos de cristal.
_Soy talla nueve.
_Es lo que hay querido.
_Pero estas cosas son de
cristal, ¿sí se rompen?
_Eres muy exigente, ¿sabías? –Agitó
de nuevo su varita dándole unos zapatos, esta vez eran de aluminio, así no
había peligro.
_¿Ustedes las hadas no
trabajan con cuero? ¿Verdad?
_Tómalo o déjalo. –Respondió. –Lo
importante es que vuelvas antes de media noche o el hechizo desaparecerá.
_¿Todavía me condicionas?
_Mira, si tuvieras que hacer
esto por el sueldo que a mí me dan, créeme, me entenderías. Ahora busquemos
transporte.
_Sí y cantemos. –Apareció de
la nada Jack.
_Sí, sí…. –Gus se dispuso a
cantar. –Vamos para el baile, la fiesta va empezar.
_Y todos juntos podremos
bailar…
El hada movió su varita,
Ceniciento apareció fuera de su hogar, frente a él un carruaje tirado de dos
ruedas.
_Gracias al cielo, no soporto
a esos ratones.
_Ni yo, por eso los convertí
en ruedas, para que sirvan para algo. Ahora vete, quiero ver el nuevo capítulo
de wallking dead.
Y Ceniciento inmediatamente
partió al baile del reino. Ahí, como era lógico, la princesa quedó flechada,
como lo hacía por todo aquel que pasara por la puerta.
_Ese papi, ese quiero que sea
mi esposo. –Le decía al rey.
_Tranquila hija, escoge bien
al indicado.
_Ese de allá, tiene el cabello
bonito. O ese otro, ¿puedo, puedo? –Entonces en ese momento entró Ceniciento.
Este reconoció inmediatamente a la princesa acercándose, dejándola maravillada.
_Hola, princesa, gusta bailar
un momento.
La princesa aceptó, y a pesar
de que no se dijeron una sola palabra en toda la noche, la princesa terminó
profundamente “enamorada”.
_¿Cómo te llamas? -Preguntó al
fin, pero el reloj sonó, faltaban pocos segundos para las doce.
Ceniciento corrió inmediatamente
fuera del castillo, no sin antes sacarse el zapato para asegurarse de que la
princesa tuviera un recuerdo.
_Quiero tus hijos. –Fue lo
último que le dijo antes de verlo marcharse.
Al día siguiente la princesa,
algo impresionada, mando a probar el zapato a todo el reino. Casa por casa fue,
hasta que llegó a la de nuestro protagonista.
_Pruébamelo a mí, pruébamelo a
mí. –Dijo Fernando, pero no le entraba, al parecer los lados le quedan muy
estrechos y el pie nadando. Aun así lo intentó quebrándose el dedo pulgar.
_Quítate. –Le dijo Furguencio,
pero al introducir su pie le quedaba muy grande.
_¿Cómo no les puede quedar el
zapato?
_¿Y si me lo pruebo yo? –Ceniciento
aprovechó el momento metiendo su pie, demostrando que el zapato era de él.
_Así que eras tú. –Dijo la
princesa besándolo inmediatamente.
Entonces ambos dejaron la casa
de Anacleta y se marcharon al castillo, y vivieron… bueno, un tiempo, porque
Ceniciento la dejó embarazada y se llevó parte de las joyas de la corona.
Tiempo después creó su propio reino y sí, vivió feliz, hasta que los
ratones tomaron venganza y acabaron con
todo. Siempre lo supo, los ratones no eran buenos cocineros.
Fin.